Capítulo II

Tauin ( 4 )

KIR Fénix

Manú <144@arrakis.es>

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Osiris - Tut - Tum - Net

Organizativa fantasmal - Eclipse - Emergente - Cólera

Siempre lleva máscara; a veces sólo un escueto antifaz verde rodeando sus ojos, negros y abismales como la noche, a veces un metálico relieve que reproduce su propio rostro cubriéndole la parte anterior. Xir había muerto; pero no lo había hecho totalmente ni en todos los planos de realidad, sino sólo en el histórico, en el mito de las verdades aceptadas como ocurridas, y sólo a media; Xur, su hermana y amante y esposa, le había resucitado, reuniendo los vagos recuerdos transmutados y dispersos por el espaciotiempo. Ahora Xir vive tras el cristal de lo imposible, en otra modalidad y en todas partes, remoto e inmediato en su reino verde, etérico y fantasmal. Trabaja absorto en la tenue reorganización de un mundo de fantasmas y recuerdos operativos, vigentes en la memoria de los millones de años, sereno y exacto, incomunicado y ubicuo.

Xir es alto y bello más que todos los dioses, reposado y tranquilo; su corazón está detenido en el instante, absorto y suprafeliz; sólo Xur y Hor, su hijo de luz, pueden verle sin su máscara; para todos los demás dioses es el Velado Silente; a veces, sólo a veces se deja adorar, brevemente, porque nadie puede vivir sin contemplar de vez en cuando su rostro enmascarado, en cuyos labios aletea la sonrisa mítica. Ahora trabaja en meditación de ensueños, allí donde la Belleza ha esculpido sus más delicadas creaciones de luz y silencio. El ámbito no le contiene, él lo emana; lo susurra acaso entre las umbrosas selvas y entre los trigales verdes, cuando todo lo demás desaparece fugazmente en un suspiro, leve y forzado por la armonía, en el éxtasis de los párpados entrecerrados y del olvido de uno mismo en la no-existencia. Xir pasea solitario por los días de su jardín de los mundos mientras revuelan en la sombra verde diminutos rayos de sol, y en las noches alboradas de luna llena, cuandos se traslucen luces a través de las hojas de los árboles; piensa y domina, sueña y organiza.

Legiones mudas y lejanas allá abajo le obedecen, atentas y fieles a sus nunca expresados deseos, permanentes vestigios del pasado que es su reino, allí a donde todos van; legiones desdobladas de las almas que vivieron, sombras de sombras, inasibles, inasequibles, mitificadas fantasmalmente por el olvido, las sombras aún pendientes de completud, las ávidas de vida y exigentes porque se les adeudan infinitas vivencias que les fueron robadas; las que jamás se irán del todo; las que rondan todos los hogares, todas las puertas y ventanas, todos los viejos libros y escrituras, todas las huellas; sus legiones. Xir mira por sobre los millones de años y hasta donde alcanza su mirada todo es suyo; el devenir incesante de las manifestaciones mira hacia él como a su norte; como a su centro referencial de realización; todas las estatuas vivientes le sugieren, le siguen en la medida, le reproducen en la expresión de su silencio, le están amando. Y él les corresponde con sus luces invisibles y fijas y estremecidas, como señales de guía y aproximación a los destinos; como el amante infinito de leves manos de dolor y misericordia.

Xir se recrea en su forma semiconcreta de ser viviente venido de la muerte, en su morada de pensamientos construida para él por todos los dioses, fieles y eternos como él mismo -Padre de Todos-, señor de aguas amargas y señor de aguas de dulzura; el látigo y el izador en sus dos manos; señor de todas las tierras. Xir reposa en su palacio de miles de plantas y millares de millares de aposentos, imperceptible y omnipresente, La Morada Magnífica; a veces baja majestuoso las blancas y doradas escalinatas hasta las accesibles alturas de la emoción sagrada, donde las almas se remansan en la plenitud del silencio; y su sonrisa las bendice.

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M a n ú
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