Capítulo IX

Tauin ( 42 )

KIR Fénix

Manú <144@arrakis.es>

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Qué bien, nena, dice Tut a su hermana Amihaf, pero ya está bien por hoy. Hay que retirarse. Renenet, Shed y Neftis, también se levantaron y salieron por el foro. Quedó sólamente Ra en su mesa del Duat, el club de los vampiros.

Quedóse pensativo; sabía que ahora tendría que llegar otra remesa de otros cuatro, pero una indefinible desgana le embargaba su arquetípico ser, y aún no dio la señal para la entrada. Bebió un hálito de sorbo de su copa, pensó en el hecho práctico de vivir, sin teorías, sin finalidades, sin abstractas razones de ser, sino en lo concreto cotidiano, en lo sensorial y vivencial que es el existir consciente en el espaciotiempo; y sopesó los pros y los contras, comprendiendo que es la idealidad lo que nos salva, pero no la vida misma, no la corporalidad, siempre limitada y acechada por el dolor.

Sui se le acercó silenciosa por la espalda y le besó suavemente la cabeza. No te tortures, amor, le susurró, yo soy la Muerte, tu amiga, tu compañera, la que puede darte la inmortalidad voluntaria si la quieres o el renacer de cada mañana. Ra no respondió, se dejó acariciar su dorado cabello y su fría frente. ¿Acaso no sería eso huir de la desarmonía?, pensó; ¿Y qué otra cosa es morir?, pregunta Sui sin esperar respuesta; morir no es cosa de cobardes, sino de desesperados, dice la Muerte, y vivir es luchar contra el Imposible en su propio terreno de dolor y caos, ¿qué prefieres? Prefiero la lucha, la lucha siempre, aunque sea eterna; pero estoy cansado. Yo te doy tus fuerzas, le dice Kebhouet, la más débil de las diosas, la del agua, a su otro oído, al otro lado de su espalda; Y yo la Omnipotencia, dice Makrou erguido frente a Ra al otro lado de la mesa; y yo el Día Eterno para que vivas tu victoria, dice Tatjenen alzando los brazos desafiante bajo la luz de un foco alejado en la oscuridad. ...Por favor, salvadme, musita Ra...

El dolor anida en los cuerpos, no en las almas, le revela Sui, la Muerte en la otra cara de la Vida, tienes que conquistar tu propio cuerpo y desterrar de él al dolor, para enfrentarte al Imposible y vencerlo con la sola luz de tu presencia, pues tú eres el Espíritu del Sol, y las tinieblas no pueden resistir a tu llegada. Tienes que sobrevivir, le susurra Kebhouet, día tras día y para siempre, en mí, que soy tu océano interior. La Omnipotencia es simplemente querer tenerla, dice Makrou, y ejercerla soberanamente frente a todas las fatuas apariencias del dolor. El dolor no existe, no tienes que huir de él, grita Tatjenen desde su colina. Lo estoy sintiendo, dice Ra. Lo estás imaginando, revela Sui, y dándole así una falsa existencia en tu mente y en tu cuerpo, expúlsalo, niégate a creer en él, dilúyelo en la nada con el poder de tu fe victoriosa en la Armonía, y yo lo haré dormir, y a tí también en bellos sueños de alegre esperanza.

Gracias, amigos, dioses de la vida y de la gloria, el Imposible no vencerá nunca a mi alma, ni a mi espíritu, ni a esta alegría de estar amándoos. El dolor sólo vence a los débiles, que lo son porque quieren serlo, nunca a los fuertes, que también lo son porque quieren serlo, dice Sui, y por piedad es por lo que yo soy la Muerte para los débiles, y por amor soy el sueño para los fuertes; descansa ahora y sumérgete en la insensibilidad...

M a n ú
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