Capítulo III

Tauin ( 9 )

KIR Fénix

Manú <144@arrakis.es>

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Tampoco Kebhouet quería opinar sobre el asunto, y sobre la marcha decidió provocar un diluvio para distraer la atención; empezaron a caer gotas; Net no iba a ser menos y dio su permiso mordiendo una pastita con la punta de sus dientecillos blanquísimos, haciendo un mohín, y diciendo "riquísimo"; respecto a Bes, el enanito, que había estado escuchando la conversación oculto tras la baranda marmórea del cenador, entró como una bala, diciendo ¡que me mojo!

Todos le miraron y notaron en su rostro algo extraño: estaba envejeciendo; la sorpresa fue tal que se miraron unos a otros, observándose mutuamente las caras, brazos y manos, que mostraban evidentes signos de un enjececimiento rapídisimo; rapidísimo es decir poco, fulminante: se habían vuelto canosos y arrugados como acordeones, menos Shed, que además estaba calvo como una bola. ¡Esto es cosa tuya, Sui!, le gritaron todos a la vez; ¿¿¿¡¡¡¡Mía!!!!???, ¿y esto qué coño es? les preguntó extendiéndoles los brazos para que los vieran más de cerca; daban pena; parecía que llevaba mangas; Bes le quitó al asunto toda importancia: Bah, unas arruguillas; unas arruguillas dice éste, dijo Sui, y le hizo observar al enanito de entre 4 y 400.000 años que a él le colgaba la cara hasta las rodillas y que parecía una momia de nummulite; pero Bes respondió que estaba haciéndose mayorcito, como es natural en un crío, y que cuando llegara a la pubertad ya verían cosa buena, pero nadie le creyó; tampoco Shed se mostraba tan preocupado como las damas, -lo de damas es un decir-, como las monstruas amigas suyas, sino que reaccionó, dentro de lo que cabe en su estado de completa fosilización, con una idea supragenial: No nos queda más remedio que hacernos metabiológicos.

Y dicho y hecho; los cinco se hicieron metabiológicos. Un observador vulgar no vería más que cinco piedras en los asientos de cinco sillones, pero eran ellos; a todo esto el diluvio continuaba, y al poco rato la superficie del agua cubría el techo del cenador y hasta las más altas montañas; tampoco se está mal así, dibe Bes en forma de piedrecita marrón; pero así no hay bicho que se muera, dice Sui que nunca olvida su oficio; yo iba en broma, pero esto va en serio; donde las dan las toman, dice Bes con su risa de enano; y es que como sigue siendo el regente hace lo que cualquier político, desdramatizar cualquier catástrofe por gorda que sea; Net asintió, comprensiva ella como casi nunca; el diluvio era ya universal, porque el astro llamado como se llamara circulaba con el sistema solar entero por el interior de una nube estelar de hidrógeno y de oxígeno, cosa insólita pero no imposible, y por tanto con una probabilidad mayor que cero, fue lo que pensaron los cinco pedruscos ensillonados dentro del cenador en el fondo del océano, pero cada cual con distinto humor: Bes en plan de mantener el tipo pasara lo que pasara, como corresponde a la dignidad de su cargo de regente temporal de los universos; Kebhouet dándole vueltas al coco porque la nube interestelar oxihidrogenada terminaría por acabarse tarde o temprano, ¿y qué iba a hacer ella con tanta agua?; Sui muy preocupada por la práctica inmortalidad de los minerales, que cierto que se transforman, pero con muchísima paciencia; y Shed intentado acordarse de qué sería y de cómo funcionaría la metabiología; todo un problema.

Así podríamos estar ni se sabe la de millones de años, pero el tiempo es lo de menos, lo importante es encontrar la continuación lógica a una situación de astro acuoso y sol apagado, empapado hasta los tuétanos y más frío que un iglú; la vida es la vida, dice Sui, y ha de continuar, porque si no yo me quedo sin trabajo; y los demás, mira ésta, dice Shed; la vida ha de continuar aunque sea bajo otras formas; ¿como cuáles? preguntó la piedrecilla marrón; como en estado vibratorio por ejemplo, sugirió Sui, que estaba empeñada en que la vida siguiera a toda costa; podría ser, dice Shed, en estado vibratorio modulable y variable, digo yo, dijo por decir algo; si estuviera Tut seguro que se le ocurría algo apuntó Net confianzuda; Tut está como nosotros, hecho un piedro; una piedra, querida, corrigióla Kebhouet, -la otra era Sui-, las piedras somos del género ambiguo, ¿o se dice epiceno?; y yo qué sé, la piedras son piedras y ya está, dice Sui, minerales sin evolución biológica; lo que no quiere decir, apuntó Shed, que no puedan tener evolución metabiológica; ¿meta o pre? quiso saber la diosa de las aguas; yo me inclino más bien por meta, dice el pedruco color entre amarillo y sepia en que se había convertido Shed, metabiológica porque ya se ha acabado lo biológico y no es que no haya llegado; qué remedio, meta o nada, suspiró Sui, ¿y cómo será eso?; pues siendo, ¿ahora qué somos? está más claro que el agua, -Kenhouet se sonrojó en la medida en que podía hacerlo una piedra verdosa-, somos minerales más o menos cristalinos; yo soy amorfo dice Bes con aprensión; nada mineral es totalmente amorfo, Besito, dice Net y le lanzó una andanadilla de simpáticas vibraciones que Bes notó enseguida y se reconfortó; y si somos cristalinos continuó Shed, podemos emitir y recibir vibraciones, codificarlas y decodificarlas; y se metieron en profunda cuestión metacientífica que exige para entenderla un curso preparatorio por lo menos.

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M a n ú
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