Capítulo XIII

Tauin ( 57 )

KIR Fénix

Manú <144@arrakis.es>

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Bueno, pues nosotros ya nos vamos, dice Ptah, que tenemos que hacer muchas cosas. ¿Y me vais a dejar solo? dice Menes, que es el regente. Seguro que te encontrarás a alguien por ahí, dice Ra levantándose y yéndose con los otros.

Pues como no me encuentre a la Luna no sé a quién me voy a encontrar, dícese Menes para su capote, y también se levanta -y no paga, porque en Atlantis no hay que pagar las consumisiones de néctar en los bares : es gratuito, porque en la nueva civilización eso del dinero es de otra forma-. Y a todo esto no estaría de más que nos pusiéramos de acuerdo en cómo se llamará esta nueva civilización, -si Atlántida, La Atlántida, Atlantis o qué-, aunque por ahora tanto monta. El caso es que Menes se levantó y salió a la calle. Decir calle es como decir cualquier otra cosa, porque las calles de la por ahora llamada Atlantis no se parecen a las calles de ninguna parte : Son Dinamismo de ése de los que se dice "Bandas de Continuidad", y siempre son cuarenteidós.

Sí señores, en cualquier punto en que se encuentre uno en Atlantis puede ir por cuarentaiidós calles a la vez; ¿que no se lo creen? pues tanto peor para ustedes. En Atlantis las calles son como asteriscos, - * -, bueno, más que las calles los puntos son los que son asteriscos; y el desplazamiento es a la vez por todas las ramas angulares del puntito. De tal modo que se trata de un desplazamiento expansivo. Como lo de los gases; o como el del Universo en expansión, -para todas partes a la vez-. Así pasa que a cada paso que uno da, da en realidad 42 pasos hacia 42 sitios diferentes; -y es la Mente la que selecciona con cuál quiere quedarse, cerrando los ojos a los cuarentiuno restantes sitios-. Saber esto es sumamente importante para entender bien el argumento de la película, porque si no uno se confunde y no se entera de lo que se dice nada. Iba entonces por lo tanto Menes camino del río, nocturno y a trechos iluminada por las luces de las farolas, -lo cual era un arcaísmo de exquisita elegancia urbanística, más bien romántico, porque en Atlantis la iluminación no es puntual, sino difusa y omnidireccional-.

Así que andando un paso detrás de otro -(también por puro romanticismo, ya que de haberlo querido habría estado en el río en un instantes)-, llegó al río, -que también es un decir, porque ríos en Atlantis no hay ninguno, sino imágenes sicodélicas mentales de lo que a cada cual le da la gana-, llegó al río y se apoyó en la balaustrada de mármol plástico y oro. Una escalinata del mismo material descendía hasta el muelle, donde vio, sentados y jugando a las cartas, a Sebek, a Horus, a Yau y a no sé quién más, -esperarse a que lo mire mejor-, a Ptahnun, "El Más Negro Que Lo Negro", que es el mote que le han puesto. Hola, chavales, ¿qué estáis haciendo? pregunta Menes con su cortesía más refinada. Pues aquí que estamos, dice Sebek, jugando al tute; ¿el tute se llama esto, o el mus?, pregunta Sebek a los otros jugadores. Las siete y media me parece que se llama, dice Horus; Ah, pues yo creía que a lo estamos jugando era al póquer, comenta Ptahnun; Da igual, dice Horus, de lo que se trata es de seguir las reglas de la Pretextancia. ¿Y puedo yo también meter baza?, dice Menes sentándose también en el suelo como los otros.

Naturalmente que puedes, dice Yau, ¿qué te crees, que somos racista? ¿Lo de racistas lo dices por mí? pregunta Ptahnun. Ni por ti ni por nadie, moreno, sino que aquí el color de las pieles no cuenta. Menes se miró las manos, ya que no se acordaba de qué color las tenía : Bronceadas; tirando un poco a amarillentas; suspiró aliviado porque no desentonaba demasiado con el verde de Yau, el azul de Horus, el marronáceo de Sebek, y el negrísimo de Ptahnun. Reparte ya las cartas, dice a Sebek, que era el mano. Tres para ti, catorce para ti, una sola para ti, le dice a Horus, seis para ti, le dice a Menes, y todas las demás para mí. Eso es injusto, dice Horus, ¿y qué hago yo con el seis de bastos? Pues ingéniatelas, replica Sebek. La primera mano la ganó Yau; la segunda mano la ganó Yau; la tercera mano la ganó Yau; la cuarta mano la ganó Yau; la quinta mano... ¿quién ganaría la quinta mano? Pues Yau, naturalmente.

Un poquito de sol no nos vendría mal, sugirió Menes. No se debe, dice Sebek, ¿no ves que éste no se puede poner ya más negro? También es verdad, reconoce el dios regente unificador de los imperios, ¡ay ay ay, que me lo estoy más que imaginando!, ¿no eres tú Horus el heredero de Osiris? El mismo que viste y calza, responde el jovenzuelo de 30 años; ¿y no eres tú Ptahnun, al que le llaman El Más Negro Que Lo Negro? El mismo que calza y viste, dice Ptahnun ya un poco mosqueado; ¿y no eres tú Sebek "El Cocodrilo"? ¿Adónde quieres ir tú a parar?, pregunta a su vez El Cocodrilo; ¿y no eres tú Yau, el que cada día dices el número modular primero que se te ocurre y te da la gana? Pero sólo del cero al nueve, explica Yau a modo de excusa. Ahora comprendo por qué estáis aquí tan reuniditos : -estáis tramando algo-. ¿Y tú no? pregunta Horus desafiante. Yo también, claro, dice Menes, pero todavía no acabo de darme cuenta qué. Toma, ni nosotros, dice Yau, lo único que sabemos es que algo estamos tramando, ¿pero qué?

Entonces se abrieron los cielos así como quien dice y Menes empezó a ver la Luz : ¿El Tiempo es reversible, no es verdad? Yo, como a mí no me dan más que siempre una sola carta -el seis de bastos-, no puedo saberlo; para mí no pasa el Tiempo. Je je, dice Sebek, ¿qué pasaría si te diera las seis cartas primeras del palo de bastos, vez tras vez, eternamente y para siempre? ¿Por orden del uno al seis? La primera vez sí, explica Sebek, las siguientes en forma aleatoria? Pues que con el Tiempo alguna vez volverías a darme las 6 cartas, ordenadas del 1 al 6. ¿De lo cual se deduce...? Que la segunda ley de la termodinámica es un cuento, y que el orden y el caos son reversibles.

Ahí quería yo llegar, dice Menes : Para que tus seis cartas estén en orden es necesario que algún agente exterior las haya ordenado, -por ejemplo éste, El Cocodrilo-, y aunque luego las entregue al Azar Aleatorío, el mismo Azar Aleatorio se convertirá tarde o temprano en Agente Exterior Ordenador. O lo que es lo mismo, que la Entropía por sí sola se convierte en Antientropía.

Chúpate ésa, dice Sebek a Horus, -(Horus es el aprendiz, y Sebek el maestro sanguinario, aunque los dos tienen la misma edad)-, el Desorden no existe, nunca jamás podrá existir, porque la Realidad es un juego perfecto, y por eso tiene infinitas variantes, -todas dentro del Juego-; da igual a lo que cada cual crea estar jugando ni cuáles sean sus resultados inmediatos; lo que importa saber es que el Juego permanece y persiste en todas sus formas.

¿Físicamente?, ¿mentalmente? pregunta Horus. De los dos Modos, responde El Cocodrilo : Da igual que el Universo sea finito como infinito, porque en el primer caso su límite es La Nada, y en el segundo caso se da la igualdad del Infinito con La Nada : Cero = 1 = Infinito : Ahí tenemos las tres puntas del Triángulo Mental y del Triángulo Físico.

Mi función primordial, explica Yau -el dios del dinero y las riquezas- es la de decir cada mañana un número del 0 al 9 -(cero nunca lo digo)- para que la economía total del mundo se reajuste al número que toca. Si bien se mira, es lo mismo que ocurre en la totalidad del Universo: El Azar interviene en cada momento, y todo lo demás ha de reajustarse a la nueva Singularidad. Yo no te quito ojo de encima, dice Ptahnun (de 30 años) al joven Horus, (también de 30 años), porque de ti depende la singularidad astrofísica diaria. ¿De mí? protesta Horus, ¿si yo no soy más que el Sol Naciente? Eres un referencial, replica Ptahnun con displicencia, un referencial próximo y observable. Toda variación que en ti se produzca nos revela las demás variaciones que ocurren en todo el Universo. ¿Tanto? Sólo hay que afinar la percepción lo suficiente para percibir tales variaciones. ¿Mediante instrumentos ópticos? Jamás en la vida los instrumentos óptimos -ni de cualquier otro tipo de medición- podrán llegar a tal grado de nitidez en las medidas, pero el instrumental orgánico de la mente desde luego que sí, -sólo es cuestión de práctica-.

Bueno, pues podríamos jugar ahora a un julepe, ¿no? propone Menes.

M a n ú
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