Capítulo VI

Tauin ( 26 )

KIR Fénix

Manú <144@arrakis.es>

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Sin despedirse ni decir más nada, Goreg sacó los pies del agua y se levantó del borde de la piscina, echó una última ojeada a los bañistas, y girándose se internó en la selva. Era alto y de complexión robusta, como es lógico y natural en un universo de ultrarrealidad donde cada cual adopta la forma que quiere y le da la gana, y su profesión es pintor de brocha gorda: Goreg es el que pinta a los árboles de árboles, a las piedras de piedras, a los pájaros de pájaros, y al pintarlos los falsifica. Es una manía que tiene. También es una Función divina fundamental, -de ésas que se cumplen siempre estés haciendo lo que estés haciendo-, ¿cómo se diría esto en lenguaje corriente?: Un no sé qué, un no se sabe, una consecuencia inherente a la realidad presencial de un ente.

De lo que no se daba cuenta Goreg, al parecer, era de que Amentet le estaba siguiendo, ocultándose en la enramada; (¿se dice enramada o enramaje?); en el ramaje mejor, o en la fronda, en lo que sea eso que parece yerba, arbustos y árboles, -(unas cosas hechas de átomos y de subátomos, de burbujitas)-, muy al loro de que Goreg no la descubriera. Y para que si la descubría a pesar de todas sus precauciones no la identificara tan fácilmente se camufló de Sui, que es el otro nombre de la Muerte, más normal y físico que el de Amentet, que es como más solemne; así que iba toda encorvada y oculta detrás de Goreg, y agarrándose a los troncos de los árboles como se suelen ver en las películas estas cosas. Pero la maleza era espesa que te pasas, y para una chica que va descalza y en bikini por más diosa que sea, también son punzantes las espinas de los abrojos o como se llamen. Así que decidió ponerse un traje negro con capucha, botas deportivas también negras, y una guadaña para abrirse paso.

¿De dónde se sacó toda esa ropa? Bah, todo el mundo sabe que la materia se puede condensar en volúmenes microscópicos, del tamaño de un electrón o menos. Así que lo que hizo fue peinarse el pelo con los dedos, y de un pelo suelto se sacó toda la ropa y la guadaña, que se fue poniendo conforme iba andando detrás de Goreg. Iban de prisa, haciendo curvas y más curvas, como si Goreg no fuera de verdad a ninguna parte, sino que estuviera haciendo un paripé de desplazamiento. Este me recuerda algo que no sé qué podrá ser, se dijo Sui toda escamada; desde luego lo del movimiento uniforme y rectilíneo no es; descartado; tampoco es un movimiento uniformemente acelerado ni de la otra clase, -uniformemente retardado-; sino que más bien parece como errático y no sujeto a ninguna ley física; ¿qué podrá ser?; es como el viento, lo mismo que se mueve el aire o las mariposas, al buen tuntún; en cuanto se deje se lo pregunto. Llegaron pues a cualquier sitio, -a la puerta de un ascensor, como por ejemplo-. Una señora muy elegante y con muchas joyas y con un traje de color violeta estaba como esperando a que la puerta del ascensor se abriera.

Goreg pareció no reconocerla, pero Sui la reconoció enseguida -era Mut-, pues las diosas tienen un ojo clínico muy especial para reconocerse unas a otras, por más disfrazadas que vayan, -que no era el caso de Mut, que iba como de corriente, con su trajecito violeta de falda corta y con más joyas que un burro. Llevaba también altísimos zapatos de tacón también violetas, y una estola de visón de igual color-; (¿los visones son violetas? Serían teñidos). El ascensor llegó y sus puertas se abrieron; y entraron los tres juntos; pero cuál no sería su sorpresa cuando vieron que dentro de la caja estaban ya Maat y Makrou: Ella vestida de oro como siempre, ¡y tan rubia...!, y él vestido con un traje de color marrón brillante, camisa blanca, corbata gris y zapatos negros. Sui se las vio y se las deseó para meter la guadaña dentro del ascensor, pero los otros, amablemente, le ayudaron y le hicieron sitio, pensando -pensaba la pobre Sui- que ella vendría de algún baile de disfraces, porque si no el ridículo que estaba haciendo era espantoso.

Total, cinco personas metidas en la caja de un ascensor más bien pequeño. Al principio no se dijeron nada, como es lo educado entre desconocidos que se encuentran al azar en un ascensor, pero varias horas después, y viendo que el ascensor no paraba de subir miles y más miles de pisos sin que se abrieran las puertas ni una sola vez, se lo pensaron mejor y se fueron presentando. Yo soy la Muerte, dijo Sui como si los otros no la hubieran reconocido. Pues yo soy la Verdad-Justicia, dijo Maat haciéndose la novata. Yo soy el poderoso de voz, dijo Makrou con una voz que ya quisieran los barítonos. Y yo soy Mut, reina de todos los universos, pero llamadme Mara, que es más familiar y de mucha más menor importancia... y extendió su mano elegantemente a Goreg para que se la besara, ¿y tú quién eres?

¿Yo? el interpelado se sonrojó hasta las orejas, yo pasaba por aquí. Ya, y que te vamos a creer, arguye Mut tuteándole con familiaridad y dándole palmaditos en su hombro izquierdo de tarzán proletario. Yo a tí te conozco, dijo Mut como si estuviera revisando en su memoria, ¡ay, ahora que caigo!, ¡tú eres la imagen simétrica de esta señorita!, dijo señalando con el dedo pulgar hacia Maat, que se hallaba arrinconada entre la Muerte y el barítono. ¡Le juro a usted, señora, que es la primera vez que veo a esta señorita, faltaría más! Mira, guapo, le dijo la diosa Mut, este ascensor no va a parar hasta que a mí me dé la gana que se pare, y eso va a ser nunca; así que desembucha y dí quién eres, ¡o te analizo!

M a n ú
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