Capítulo I

Tauin ( 1 )

KIR Fénix

Manú <144@arrakis.es>

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El dios demiurgo no tiene ni idea de qué va el rollo, pero siente en la esfera de su pecho de cristal la ascensión densa de un gas oscuro procedente de las cavernas inundadas por las olas del océano, allá abajo, donde retumban sordamente, resbalando en espuma por la pared rocosa. Es un anhelo cargado de fuerza y poderío, decisión y preparado acercamiento, orden confuso, complejo y reiterante; es tormenta amenazante y plácida, cargada de sonrisas.

Desde su alto sitial, Makrou, el poderoso de voz, contemplaba la ciudad a través del amplio ventanal del norte, blanco sobre negro, hasta el horizonte sin estrellas de un cielo apenas amanecido. Su regencia de tres días le daba los derechos de coordinación de las funciones, propias y ajenas, y el poder de sugerir eventos; pero habría de ser el Caos quien se los propusiera. Nadie le obligaba a nada; nadie le reclamaría nada cualesquieras que fueran sus decisiones, pero él sabía -Makrou, el poderoso de voz- que todos esperaban la sorpresa para tener alguna razón de ser. Habían pasado los tiempos de la Necesidad y los tiempos del Determinismo; ya nada era necesario y todo era libre de ser y de no ser, de hacer y de no hacer, pero la danza de las horas y de los días seguía su ritmo, absorta en ella misma, casi inmóvil y a la vez centelleante, según se la mirara de un lado u otro.

La ciudad había sobrepasado todas las formas, los ángulos y superficies, las transparencias, las llegadas y salidas, la mecánica primaria de la finalidad, y se extendía plástica y cristalina sobre sí misma. Sus escasos e innumerables habitantes eran desdoblados de sí mismos, capaces de integrarse en unidades complejas en cualquier momento y situación. Habían empero conservado las formas arcaizantes del antiguo ideal de perfección, bellos y jóvenes, serenos y sonrientes, amigables incluso Seth, -el díscolo, el malvado inocente-, y su esposa la hermosa Neftis, supuestamente desgarrada entre el deber conyugal y el deber de ejercicio en la jerarquía, como hermana gemela de la Suprema y cuñada de Xir, la víctima que nunca muere.

Allí estaba Maat, muda como siempre junto al ventanal de oriente con un rayo de sol en el centro exacto de su frente. Amón la acompañaba, cortés y distante como de costumbre, ambos en función trabajo. El sonriente Háiar de las botas de bronce se tiraba suavemente con los dedos de un extremo del bigote quizás absorto en la función incidental benéfica; y evidentemente Upuat, el negro perro lobo rastreador del hilo rojo no perdía detalle de la escena.

En días grises como éste salvo excepciones, dijo Amón, yo solía cazar en los cañaverales, metido en el río hasta la cintura. Tus manías, dijo Neftis que no estaba; los patos o gansos o ánades -nunca he aprendido a distinguirlos- se te escaparían con sus alas en ángulos rectos. ¿Y por qué no ibas en barca? La barca es incómoda, dijo Amón, hay que ir demasiado tieso; y la lanza, ¿en qué dirección hay que ponerla? Ay, yo qué sé, replicó Neftis, que no estaba; pero como Maat no habla nunca ni una sílaba, alguien tendría que hablar por ella.

Ceñudo y cejijunto el sanguinario preceptor del pequeño huérfano Horus, o sea Sebek, cocodrilo en sus ratos libres, miraba impávido a Makrou como a la espera de que hiciera o dijera algo. A mí no me mires, le sugirió Makrou sin abrir la boca pero mirando de soslayo al rincón de la astucia del lugar, que es el sitio preferido por Sebek para permitir impunidad a todas las acciones. Nada de lo que ocurre es de mi competencia, sino del rubito, -se refería a Háiar-. El aludido enarcó una ceja. ¿Mía? Es la primera vez que me entero. Yo no hago más que abrir y cerrar puertas; -deberían nombrarme Gran Portero-; miro a donde vas, y zás, ahí tienes tu puerta. Pero si pasas, no se te ocurra volverte para atrás, porque ya hay un muro. Es la regla ¿no? o yo no sé si es la regla, pero es lo que hago siempre. Haya paz, dijo Amón, que con los años se había vuelto pacifista. Es lo que pasa siempre: pateas y pataleas hasta que acabas por conseguirlo; y a partir de entonces te vuelves conservador.

Pero Amón no es un conservador corriente, no es un carca, sino que lo suyo es fundamentar situaciones perennes. Su esposa se llama Mut, la enjoyada, la regente del Imperio, un título como otro cualquiera. Mut prefiera las túnicas color violeta y los zapatos de altísimos tacones. Juega con canicas de cristal de colores en una palangana llena de agua, -y así pasa lo que pasa-. No voy a estarme toda la eternidad jugando siempre a lo mismo; ¿alguien sabe jugar al juego de la oca? Un estremecimiento o algo parecido recorrió los cerebelos de los circunstantes. Mencionar el juego de la oca era retrotraerse una infinidad de siglos hacia el pasado. Bueno... dijo Makrou, yo sé que si sale cinco tienes derecho a tirar otra vez el dado, y si caes donde está el pato pasa lo mismo.

El pato, un símbolo inconcebible, un palmípedo, un cualquiera sabe qué de cuando había cosas y mundos, un ¿un qué? Nadie contestó a una pregunta que no había hecho nadie, pero todos pensaban en lo mismo: Un pato: un significante que se había quedado sin significado; una forma mental y sólo eso. ¿Sólo eso?

Maat se sonreía; no es que fuera muda, sino simplemente que no hablaba. Si Maat pronunciara aunque fuera sólo una palabra saltaría el espaciotiempo en miríadas de pedazos; y no porque su voz sea tonante como la de Ptah, sino tan suave y convincente que sólo de imaginarla se ponen los pelos de punta. Maat es también rubia y dorada, y dondequiera que esté le da un minúsculo rayo de sol en el centro de la frente; para ella no hay nubes ni techos; es su privilegio.

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Bueno, ya está bien por ahora. Esto es una novela que está saliendo sobre la marcha; -borrador, original y edición definitiva, todo en una pieza-. Para mis amigos que no lo sepan soy egiptólogo, y esto es un juego con arquetipos de aquella vieja cultura, una especie de ajedrez de 48 casilleros más un comodín.

Por lo tanto la acción de la novela no puede estar ubicada en ninguna época en particular, pero puede estarlo en todas o en cualquiera, a trozos simultáneos.

Los personajes me los conozco bastante a fondo porque los he estudiado durante muchos años y nunca dejan de sorprenderme a pesar de esto. Son tan íntimos y efectivos como cualquier persona corriente desprovista de circunstancias o capaz de hacer abstracción de ellas; son vectores psíquicos. Todos somos Amón, Maat, Makrou, Neftis etcétera, sin darnos cuenta, y a veces dándonos cuenta, -que es la finalidad de esta novela-.

Hasta luego.

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M a n ú
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