Entre Mamás Junio 2000
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Entre Mamás Junio 2000
por Pamela Richardson

Una de las preguntas que con más frecuencia me hacen es: “¿A qué edad debo empezar a instruir a mis hijos?” Generalmente les pregunto qué edad tiene su hijo y si me dicen que tiene dos años, contesto: “Empezaste hace dos años.” La verdad es que cuando cargamos a nuestro bebé recién nacido, lo amamantamos y le hablamos, hemos iniciado su instrucción.  Está aprendiendo a reconocer nuestra voz. Le enseñamos sus primeras palabras, cómo sostener la cuchara y cómo dar sus primeros pasos. Esa instrucción continúa cuando le enseñamos a identificar colores y a contar. Al vestirlo pudiéramos decir: “Esta es tu camisa azul,” o, “Tienes dos calcetines blancos.” Cada tarea es una nueva oportunidad para aprender una destreza. No vivamos tan apresurados que olvidamos aprovechar esos momentos para la enseñanza. El tiempo en el coche es excelente para la enseñanza. “¿Ves el pájaro al lado izquierdo?” “Papá va del lado izquierdo porque está manejando.” Las oportunidades son ilimitadas.

Existen dos libros muy populares en inglés sobre educación en el hogar. Uno se llama “Más Vale Tarde que Temprano.” Habla acerca de los peligros de colocar a tus hijos en el aula a una edad demasiado temprana, y la ventaja de demorar la educación “formal.” El otro libro es “Nunca Es Demasiado Temprano” que habla acerca del aprovechamiento de los primeros años en la enseñanza de los hijos. Mientras pareciera que los títulos son contradictorios, ambos libros contienen muchas verdades. La instrucción formal en el aula puede ser abrumadora para muchos pequeños‑‑especialmente para varones. Sin embargo, nunca es demasiado temprano para instruir a nuestros hijos. Algunos están listos para sentarse a aprender con un libro a edad temprana. Esta es la belleza de la educación en el hogar. Ustedes, como padres, deciden esto con base en su conocimiento de su propio hijo. El hecho de que otro niño esté leyendo a los cuatro años no es razón para que empujes a tu hijo de cuatro años para que lea. No estamos en una competencia. Estamos instruyendo individuos. Lo que la hermana mayor hizo a los cinco años, el hermano menor pudiera no hacerlo hasta los siete. Dentro de diez años nadie lo sabrá, ni importará.

Yo hago lo que se pudiera llamar “escuela formal” con Samuel, de cinco años, y con Isaac de cuatro, durante unos 30 minutos al día. Ana, de dos años, se sienta a la mesa y colorea, y frecuentemente repite las letras y los sonidos con sus hermanos. Leemos barajas con letras, sonidos y números. Cantamos un coro de fonética y practicamos la escritura de las letras y los números y contamos. Es divertido. Hay días cuando los treinta minutos son demasiado. Nos detenemos después de quince minutos y hacemos letras con plastilina. Contamos frijoles, macarrones y pasas. Les gustan las pasas porque se las pueden comer. En estos tiempos breves están aprendiendo, y el solo hecho de tener un tiempo establecido para “hacer escuela” es muy provechoso. Frecuentemente me recuerdan: “No olvides mis tareas de escuela.” Además, leemos en voz alta todos los días, tachamos la fecha en el calendario, y hacemos el quehacer cotidiano. Los pequeños pueden y deben trabajar y aprender a servir a temprana edad. Pueden echar su ropa sucia al canasto y recoger juguetes. Tú puedes facilitar las cosas si designas un lugar para cada cosa. Todo esto es parte de la instrucción y es muy importante.

No te aflijas respecto al momento de empezar. Ya has empezado. Sólo pide a Dios cada día que te muestre maneras nuevas y creativas al cantar, memorizar versículos, leer la Biblia como familia, preparar y tomar los alimentos juntos, limpiar e ir a la tienda. Que Dios les bendiga al redimir los días – dirigiendo las flechas que Dios les ha encargado.

Un alimento favorito de mis hijos es la granola. Es bueno tenerla preparada con anticipación para las mañanas ocupadas cuando no puedes preparar un gran desayuno.

Granola
4 tazas de avena
½ taza de aceite de oliva
½ taza de miel
1 cucharada de vainilla
1 taza de nuez picada

Calienta el aceite, la miel y la vainilla en una olla hasta que empiece a hervir. Mezcla bien y vierte sobre avena y nuez cruda. Mezcla bien y vacía en un recipiente para hornear a 200 durante 30 minutos. Mezcla después de los primeros 10 minutos y posteriormente cada cinco minutos. Esto evita que el cereal forme grumos. Después de sacarlo del horno revuélvelo frecuentemente hasta que enfríe. Guárdalo en un recipiente hermético. Se pueden agregar pasas, otras nueces, coco, semillas de sésamo o cualquier fruta deshidratada. A mi familia le gusta más la versión sencilla. Yo pongo pasas sobre la mesa para quienes deseen. Lo servimos con leche, yoghurt y plátano.